Hay que urdir en secreto,
privadamente,
el modo de echarlos de los predios.
Impugnar la cercanía del intruso
que muerde la sustancia
más propia y anhelada
de los sueños
con negligencia de truhán.
Me han herido
cuando el ladrido comienza
y callo porque nadie responde.
Cierro mi libro cuando les veo que llegan
Mi canto continúo cuando ya están lejos.
Voy al exilio más oscuro, más desconocido,
cuando vienen con quincalla de espejuelos
y trance de alabanza y falsas bendiciones.
12-7-1995 / De El Hombre extendido
martes, 14 de agosto de 2007
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