martes, 14 de agosto de 2007

Marco Antonio y Cleopatra


Al despertarse en la mañana
(porque ha sudado el luto de la noche),
mire a todos lados, dice Marco Antonio.

Los ojos de Cleopatra
tendrán que ser sus lámparas.
Añore, adivine, busque ese olor
que en la cocina del mar navega
como si anunciara al apetito
el caldo más gustoso,
el plato de la honra.

Desvista a tal deleite
(dice Marco Antonio).
A la nariz, desposítela
bajo el mismo descanso
que la boca disfruta,
llenándose de pelos.

Sepa que es ella
que sale hacia los deltas más ricos en aras
de sus sueños más escondidos e inéditos,
peregrina entre pirámides de la mar.

II.


Cleopatra hierve, condimentada,
con la espesa y sólida carne,
grata de aroma, dulce a los labios.
Sumérjase en el hambre de probarla,
dice Marco Antonio;
hágasela de desayuno y cena.
No se detenga. Cocínela.

Subviértala en sazón bajo sus costillas
y cíñala al gesto de sus manos, con gusto de canela.
Que aprenda la ternura con que su boca la quiere
y el rigor de la vara que manda en el apremio
su vientre es femenino y no tiene sequedales
sino traviesas barranqueras
para el cordero que se niega al degüello.

Ella es el gneis, lo más profundo,
gaia que hierve en el plato fecundo de la tierra...
(¡que no se enfríe, dice Marco Antonio,
ni cese su empeño de comerla!)


III.


Encímesele para cortarle a besos todas sus venas
y chupar las leches de sus misterios juveniles.
Que ese guisado exótico se quede consigo
cleopatriándole en su nueva patria de delicia.

Para mi plato se hicieron sus caderas,
dice Marco Antonio.
Ella es la nalga que salva.
El corpus que habría de venir.
La prometida Vulva Celestial.

No hay otro paraíso que dejarse oprimir el vientre,
llenándose epicúreamente de ella y de su ombligo.
El banquete de sus huesos
sobre nuestros hombros, rechupados tobillos,
salados por nuestra boca
y pantorrillas en alto, convertidas en cielos...

Ponga una cucharadita de malicia
a esa fusión de algas y olas,
a esa entrega de maromas marinas.
No es tanto una guerra la que lucha.
No es una venganza.

No es una agresiva avanzada de la adrenalina
para sembrar telarañas en la sangre
y vergüenza en los nervios.
¡Es un regreso a la patria de Cleo,
un consumo, un banquete,
el repartimiento de secretos callados
que la carne tiene y que, con amor, despiertan!

«Pero no la pierda», dice Marco Antonio:
Cleopatra no aparece de ordinario!
No se le tiene siempre.

Ella no se tienta con el primer baboso que la invoque,
ella no pide la mirada prestada ni se mira en cualquiera.
Los ojos que ella trae, borrachos de ahínco,
tienen ganas de salvarse
de la estúpida obviedad que la circunda.

Son rivales del falso amor
y del diseñado sub-comportamiento
y por eso son dos lámparas quemantes,
y por eso son las rutas al suicidio
y a la redención incomprensible.

IV.


Cuando Cleopatra ilumine su mañana
y el hambre le torture, con ansias de bocados
apasionadamente nuevos y emergentes,
sedúzcala sobre las alfombras,
dice Marco Antonio,
en los pasillos de las oficinas,
en los estacionamientos,
en los ascensores o en los parques públicos
del ansia, en la privacidad de las torres
del anhelo que se pinta imposible,
a los cuatro vientos de los mares...
y ésto será delicia en la boca del áspid
y, sin duda, complicidad de amantes,
que han hallado, por fortuna,
la forma más perfecta y sabrosa de matarse.

De Yo soy la muerte / My Blogsite / Blogspot

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