caminos que pueden ser eficientes,
calles para ver muchas cosas
con ojos llenos de fuego, asombros
para subir por ellos como si fueran la escalera,
andanzas en lo desconocido.
También hay un extremo pasadizo,
el término del que huímos
como si hubiésemos asesinado
la dicha que más vecina fue
de nuestras manos,
la niña que asomaba a las pupilas
sin hacerse una canción a los oídos.
Ese cadáver que nos pesa
en algún rincón de la dicha,
en la sombra, en el letargo.
Del libro Heideggerianas / Blog / Blog Archive
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