A Fray Bartolomé Las Casas (1474-1566)
Porque la muerte es la transición que vibra
en andanzas, en jaldas de caminares, cuesta arriba,
llegó el historiador, el prelado y el artista de una paz extraña.
El buscó que haya obra, que se levante un mundo,
que lo sagrado se abra y el proyecto se edifique en gloria.
El insinuaba la colonización sin armas,
el trabajo de la fe en recto espiritu social.
Eregir es consagrar cuanto se conoce,
dotar en el sentido de que una esencialidad
que sí, se quiere pura, esplendorosa,
dará las directrices.
Desde 1514, él lo quería y lo soñaba
y se fue a Cumaná, organizó su colonia de labradores,
el primer proyecto de la fe y el trabajo, de la compasión
y el futuro, pero, ay tristeza, fracasó. Venezuela, el fracaso.
Hay muertes económicas, hay muertes homicidas,
hay muertes como aquella de 1521,
utópica en el fondo, muerte gozosa para el vil
a causa del desprestigio organizado.
«Cumaná me has matado». La matanza
fue ejecutada contra sus colonos en faenas;
sembradores de ilusiones, labriegos a la tierra convocados
y, finalmente, pasados por espada de crucificadores.
Entonces, él se hizo dominico.
Un año después de que dijeron lo que hoy:
«Es utópico, majadero, mentiroso, soñador
del lado equivocado». Obispo de Chiapas (1544-47),
fue entonces y su nombre, Bartolomé.
Como primer prelado de América se le conoce
y fue nombrado en medio de matanzas, envidias y rencores.
Amaba al indio, al negro que heredaría el mismo
mal servicio y mal trato. Ay tristeza, tendría
que ser-obra de la obra de sus iniciales rectitudes.
Para que evitarse los equívocos al erigir un templo,
al rehacer el proyecto como tierra redenta y nuevo reino,
dijo que hasta en la fatalidad de la ausencia de dios,
el mundore genera el mundo. Obtuvo la cédula que prohibió
la esclavitud, al siervo en trabajo brutal y obligatorio.
Fue en Perú, tras su viaje (en 1530) a la Metrópolis.
Ya todos en América, de Nueva España al Caribe,
lo supimos. Las Casas no se duerme en los laureles.
Viejo trabaja, viejo vive, para ser la obra
de levantar un mundo, un eterno recuerdo.
6-6-1983 /
Archivo del Blog / Carlos López Dzur / Poesía, Literatura y Filosofía
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