Aprende que, absurdamente
como la vida es, muchas veces
la dicha abre la sonrisa.
Los ojos gozan tan pública
y privadamente con las cosas
que nadie te clausura la alegría.
No por decreto y por siempre
en el cotidiano rodar del afán.
¿Quién quitará tus labios y ojos fieros?
¿Quién destajará tus dos manos, corazón,
sin ser un asesino, quién agredirá
tu juventud de flor abierta, quién dejará
de sembrarla y obtendrá honra para sí?
Ninguno y nadie
porque el ladrón más poderoso
también asesina con silencio que culpa
y extirpa a sus verdugos de su esfera.
Está bajo la piel, una alegría
y el rasero, es el escudo admitido
que paradójicamente, cuida de tí,
al menos, uno de tus cantos para el tiempo.
El acto de Cobita
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